viernes, febrero 12, 2010

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Xavier Sala-i-Martin La Separacion de la Basura

La Separacion de la Basura

Hace unas semanas se produjo en China una curiosa epidemia de enfermedades de transmisión sexual. Curiosa, porque la causa no fue, como cabría esperar, el desenfreno carnal sino unas gomas de cabello. Si, si. Unas gomas de cabello que, al parecer, habían sido hechas con… (por favor no se rían): ¡condones reciclados!

Y es que el último grito en moda medioambientalista pide que compremos papel reciclado, que pongan cánones a la bolsas de plástico del supermercado, que usemos botellas de cristal y, ¿cómo no?, que separemos las basuras en contenedores de colores.

La idea del reciclaje no es nueva. Nuestros antepasados lo hacían porque al ser tanta la escasez en la que vivían, valía la pena reutilizarlo casi todo. Durante los dos últimos siglos los costes de producción se han reducido mucho. Para muchos productos, eso ha significado que sea más barato tirarlos una vez utilizados que lavarlos, reciclarlos y volverlos a usar. Paralelamente a este progreso tecnológico han aparecido unos grupos de presión a los que les disgusta que la gente tenga la libertad de desechar lo que le plazca y eso ha hecho que, desde el punto de vista del reciclaje, los productos del mundo se dividan hoy en cuatro grupos.

Primero están los bienes que reciclamos voluntariamente: las cuberterías de acero inoxidable, los platos de duralex (no los de papel), o la ropa son ejemplos de bienes que todos preferimos lavar y reutilizar. Fíjense que para que la gente recicle este tipo de productos no hacen falta ni regulaciones, ni cánones, ni propaganda institucional.

En el otro extremo están los productos que nadie quiere reciclar como el papel higiénico. En este grupo también hay bienes que nuestros abuelos reciclaban y nosotros, al tener alternativas mejores, no como los pañales de los bebés o las compresas femeninas (que antiguamente eran de tela y se reutilizaban tras un lavado).

El tercer grupo de bienes son los que no se reciclarían si no fuera por el marketing medioambiental. Perdón. No es marketing. Son “campañas de sensibilización”. En este grupo está el papel: durante el “día de la tierra” los maestros llevan a los niños de excursión a la montaña y, tras plantar un bonito árbol, les explican que cada vez que pintan un folio, están matando a una criatura tan preciosa como la que acaban de plantar. Independientemente de los daños psicológicos que sufren los pobres chavales cada vez que hacen los deberes, nadie les explica que el papel proviene de árboles plantados expresamente para ser transformados en papel. Reciclar papel para salvar a los árboles tiene tanto sentido como reciclar pan para salvar al trigo o reciclar boniatos para salvar… a otros boniatos.

En cualquier caso, para los árboles (que no para los pobres boniatos) la propaganda tiene tanto éxito que alguna gente está dispuesta a pagar por un papel de ínfima calidad lo que hace que algunas empresas tengan incentivos a reciclarlo.

El cuarto y más problemático grupo incluye aquellos bienes que no se reciclan voluntariamente ni siquiera después de “campañas de sensibilización” pero a los que los medioambientalistas no renuncian. Aunque últimamente está creciendo la popularidad del canon a las bolsas de plástico, el producto estrella aquí todavía es la basura: esa basura que debe separarse en preciosos contenedores de colores. Dado que los ciudadanos normales no separarían la basura por iniciativa propia porque el coste de hacerlo es demasiado alto y el beneficio nadie sabe dónde está, los activistas recurren al estado para que nos obligue bajo amenaza de multas y sanciones. Además, crean un cuerpo de vigilantes de bazofias para perseguir a quien utilice el contenedor equivocado, obligan a las empresas a llevar “contabilidades de residuos” y aparecen consultores (que, lógicamente, son los propios medioambientalistas) que cobran por asesorarnos sobre cómo cumplir con el reglamento.

A pesar de su popularidad, nadie ha demostrado que los costes de separación de basuras (que incluyen las molestias que sufrimos los ciudadanos, el espacio que ocupan tantos containers en casas de 50 m2 y los gastos de recogida selectiva de residuos) sean inferiores a los beneficios sociales asociados a algún tipo de misteriosa externalidad que nadie ha conseguido medir. De hecho, hay evidencia de que la separación en casa es ineficiente hasta el punto que cada vez son más los ayuntamientos y empresas de recogida que deciden separar los desechos ellos mismos, un fenómeno que en Estados Unidos se llama “single stream recycling”. La empresa texana Waste Management, encargada de recoger la basura de 20 millones de familias, hace tiempo que se ha pasado al “single stream”, a pesar de que este método les obligue a pagar unos costes de separación que en el sistema tradicional asumen los ciudadanos en casa.

Antes de que el establishment de la corrección política me condene a la pira purificadora, déjenme clarificar que no estoy sugiriendo que la gente no tenga derecho a reciclar. La gente tiene derecho a practicar los rituales que crean que mejor les acercan a sus dioses, sean éstos cristianos, musulmanes, paganos o medioambientales. Lo que es inaceptable es que alguna de estas religiones nos obligue a los infieles a participar en sus liturgias simplemente porque no creemos en ellas. Garantizar nuestra libertad manteniendo la separación entre estado e iglesia (y eso incluye a la iglesia medioambientalista) es mucho más importante para nuestro bienestar que la separación de la basura.

La Vanguardia, 17-01-2008

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2008




La Separacion de la Basura



Hace unas semanas se produjo en China una curiosa epidemia de enfermedades de transmisión sexual. Curiosa, porque la causa no fue, como cabría esperar, el desenfreno carnal sino unas gomas de cabello. Si, si. Unas gomas de cabello que, al parecer, habían sido hechas con… (por favor no se rían): ¡condones reciclados!

Y es que el último grito en moda medioambientalista pide que compremos papel reciclado, que pongan cánones a la bolsas de plástico del supermercado, que usemos botellas de cristal y, ¿cómo no?, que separemos las basuras en contenedores de colores.

La idea del reciclaje no es nueva. Nuestros antepasados lo hacían porque al ser tanta la escasez en la que vivían, valía la pena reutilizarlo casi todo. Durante los dos últimos siglos los costes de producción se han reducido mucho. Para muchos productos, eso ha significado que sea más barato tirarlos una vez utilizados que lavarlos, reciclarlos y volverlos a usar. Paralelamente a este progreso tecnológico han aparecido unos grupos de presión a los que les disgusta que la gente tenga la libertad de desechar lo que le plazca y eso ha hecho que, desde el punto de vista del reciclaje, los productos del mundo se dividan hoy en cuatro grupos.

Primero están los bienes que reciclamos voluntariamente: las cuberterías de acero inoxidable, los platos de duralex (no los de papel), o la ropa son ejemplos de bienes que todos preferimos lavar y reutilizar. Fíjense que para que la gente recicle este tipo de productos no hacen falta ni regulaciones, ni cánones, ni propaganda institucional.

En el otro extremo están los productos que nadie quiere reciclar como el papel higiénico. En este grupo también hay bienes que nuestros abuelos reciclaban y nosotros, al tener alternativas mejores, no como los pañales de los bebés o las compresas femeninas (que antiguamente eran de tela y se reutilizaban tras un lavado).

El tercer grupo de bienes son los que no se reciclarían si no fuera por el marketing medioambiental. Perdón. No es marketing. Son “campañas de sensibilización”. En este grupo está el papel: durante el “día de la tierra” los maestros llevan a los niños de excursión a la montaña y, tras plantar un bonito árbol, les explican que cada vez que pintan un folio, están matando a una criatura tan preciosa como la que acaban de plantar. Independientemente de los daños psicológicos que sufren los pobres chavales cada vez que hacen los deberes, nadie les explica que el papel proviene de árboles plantados expresamente para ser transformados en papel. Reciclar papel para salvar a los árboles tiene tanto sentido como reciclar pan para salvar al trigo o reciclar boniatos para salvar… a otros boniatos.

En cualquier caso, para los árboles (que no para los pobres boniatos) la propaganda tiene tanto éxito que alguna gente está dispuesta a pagar por un papel de ínfima calidad lo que hace que algunas empresas tengan incentivos a reciclarlo.

El cuarto y más problemático grupo incluye aquellos bienes que no se reciclan voluntariamente ni siquiera después de “campañas de sensibilización” pero a los que los medioambientalistas no renuncian. Aunque últimamente está creciendo la popularidad del canon a las bolsas de plástico, el producto estrella aquí todavía es la basura: esa basura que debe separarse en preciosos contenedores de colores. Dado que los ciudadanos normales no separarían la basura por iniciativa propia porque el coste de hacerlo es demasiado alto y el beneficio nadie sabe dónde está, los activistas recurren al estado para que nos obligue bajo amenaza de multas y sanciones. Además, crean un cuerpo de vigilantes de bazofias para perseguir a quien utilice el contenedor equivocado, obligan a las empresas a llevar “contabilidades de residuos” y aparecen consultores (que, lógicamente, son los propios medioambientalistas) que cobran por asesorarnos sobre cómo cumplir con el reglamento.

A pesar de su popularidad, nadie ha demostrado que los costes de separación de basuras (que incluyen las molestias que sufrimos los ciudadanos, el espacio que ocupan tantos containers en casas de 50 m2 y los gastos de recogida selectiva de residuos) sean inferiores a los beneficios sociales asociados a algún tipo de misteriosa externalidad que nadie ha conseguido medir. De hecho, hay evidencia de que la separación en casa es ineficiente hasta el punto que cada vez son más los ayuntamientos y empresas de recogida que deciden separar los desechos ellos mismos, un fenómeno que en Estados Unidos se llama “single stream recycling”. La empresa texana Waste Management, encargada de recoger la basura de 20 millones de familias, hace tiempo que se ha pasado al “single stream”, a pesar de que este método les obligue a pagar unos costes de separación que en el sistema tradicional asumen los ciudadanos en casa.

Antes de que el establishment de la corrección política me condene a la pira purificadora, déjenme clarificar que no estoy sugiriendo que la gente no tenga derecho a reciclar. La gente tiene derecho a practicar los rituales que crean que mejor les acercan a sus dioses, sean éstos cristianos, musulmanes, paganos o medioambientales. Lo que es inaceptable es que alguna de estas religiones nos obligue a los infieles a participar en sus liturgias simplemente porque no creemos en ellas. Garantizar nuestra libertad manteniendo la separación entre estado e iglesia (y eso incluye a la iglesia medioambientalista) es mucho más importante para nuestro bienestar que la separación de la basura.





La Vanguardia, 17-01-2008

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2008












Xavier Sala i Martín (Cabrera de Mar, Barcelona, España, 1963), conocido en entornos anglosajones como Xavier Sala-i-Martin, es un economista, articulista y empresario estadounidense[1]

Contenido

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Trayectoria profesional

Sala i Martín obtuvo la licenciatura en Ciencias económicas en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1985 y se doctoró en la Universidad de Harvard en 1990. Actualmente es profesor en la Columbia University desde 1995, y ha sido profesor en las universidades de Yale entre 1990 y 1995, Harvard en 2002-2003 y es profesor visitante en la Pompeu Fabra desde 1993. Fue consultor en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial en el periodo 1993-2004 e investigador en el Centro de Intestigación de Política Europa en Londres, en el Instituto de Investigación Política de Washington y editor asociado de "Moneda y Crédito" (fundación central hispano) en el periodo 1993-1995. Fué editor de Economic Letters (junto a Eric Maskin) en la Universidad de Harvard en el periodo 1997-2002. Es editor asociado de la Journal of Economic Growth desde 1995, miembro el consejo de Telefónica desde 2004, asesor del World Economic Forum desde 2002 y editor del Global Competitiveness Report[2] desde 2008. Presidente de la comisión económica de la sociedad económica de Barcelona de amigos del país desde 2005.[3]

El ISI Essential Science Indicators lo situó en el octavo puesto en la clasificación de los mil economistas más citados del mundo durante la década anterior.[4] Otro estudio basado también en citaciones lo situó, en la década de los 90 en la posición vigésimo cuarta del mundo.[5]

Contribuye semanalmente en diversos medios de comunicación radiofónica y televisiva y escribe dos artículos mensuales para el periódico "La Vanguardia" de los que ha escrito ya más de 200. Desde el 23 de abril de 2009 forma parte de la junta directiva del FC Barcelona presidida por el abogado Joan Laporta. Antes de incorporarse a la junta directiva, Sala i Martín fue presidente de la comisión económica del FC Barcelona entre 2004 y 2009. Entro como vocal y ahora tiene el cargo de tesorero.

Obra

Obra mediática

Es un duro crítico del intervencionismo económico, en pro de los principios del libre mercado. En este sentido, aseveró en una entrevista en el diario capital[6] en Junio de 2004, cuando se le preguntó acerca del papel del gobierno sobre los precios de la vivienda:

Si ahora los precios de las casas bajaran a la mitad, todos los obreros de los barrios de Barcelona, que son propietarios de sus casas, perderían una millonada. Es decir, cuando las casas suben, los propietarios de las casas, que son casi todos, se enriquecen. ¿Qué hay de malo en ello?
Xavier Sala i Martín, Junio de 2004

Como comentarista en los medios la temática que trata es muy diversa, pasando por el Futbol Club Barcelona, el cambio climático, la política estadounidense, la política pública en el estado español centrándose en lo que afecta a la Comunidad Autónoma de Cataluña hasta otros temas como los mercados matrimoniales y de emparejamiento. La peculiaridad de este comentarista reside en el enfoque económico (cosa que define sobre todo su firma) y la consonancia de las conclusiones que expone con estudios de Harvard, Columbia y otras universidades de Estados Unidos.[7]

Considera, como resultado destacable, que la gente de izquierdas es más infeliz que la de derechas y la explicación sería que la gente religiosa y casada, a igualdad de ingresos, tiende a ser más feliz, donde, según concluye, el amor solo "debe representar" una pequeña parte del bienestar.[8] Si bien se declara a favor de la participación de la mujer en la actividad económica, sostiene que a los hombres les dan miedo las mujeres demasiado listas.[9] También sostiene que el estado del bienestar se sustentó sobre las bases del “sentido de pertenencia a una comunidad”, de las “obligaciones mutuas entre ciudadanos” y de las “responsabilidades colectivas”, bases que se estarían perdiendo con la inmigración.[10] Es conocido por sus intervenciones en prensa y radio sobre el independentismo en Cataluña, del que se declara a favor, usando metáforas sobre el estado español y sobre la nación catalana que defiende:

Como hay esta crispación y este sentido de odio hacia nosotros, lo que tenemos que hacer es decir basta, basta ya! no decir "mira es lo mejor que podríamos hacer" y seguimos arrodillados con los pantalones bajados y "escuchen, cuando me den por saco porfavor, intenten ir deprisa"
Xavier Sala i Martín, 14 de Julio de 2009, sobre la financiación de Cataluña en la emisora RAC1

Desde finales de 2008, participa activamente en la red social facebook como anuncia en su página web de la universidad de Columbia, para dar cabida a los comentarios de sus amistades virtuales acerca de sus artículos. Una de sus amistades más destacadas es Esperanza Aguirre, tal y como presentó en un programa televisivo de TV3 el 24 de abril de 2009.[11]

Es fundador y Presidente de Umbele: Un Futuro Para Africa una ONG para el desarrollo económico en África, a la que donó la totalidad del importe del Premio Juan Carlos I de Economía.

Obra Académica y de Investigación

Sus trabajos se basan principalmente en el estudio del crecimiento económico, economía del desarrollo, economía monetaria, economia de la salud, competitividad, hacienda publica y convergencia económica. Su trabajo académico más conocido consiste en la construcción de un indicador de la distribución mundial de la renta, que posteriormente utilizó para estimar la tasa de pobreza y nivel de desigualdad a escala mundial.[12] Sala i Martín concluyó que, en contra de la opinión de Naciones Unidas y el Banco Mundial, en el periodo 1970-1998, tanto las tasas de pobreza como el número de pobres en el mundo había disminuido y que las desigualdades individuales en la renta no se habían incrementado. Martin Ravallion, del Banco Mundial, consideró posteriormente que, con un cierto ajuste en los indicadores utilizados, los resultados del Banco Mundial eran de hecho similares a los de Sala i Martín:

Para comparar los resultados Sr. Sala-i-Martin, con los del Banco Mundial, se debe utilizar un umbral de pobreza de pobreza más alta para los primeros. No está claro cuánto mayor debe ser el umbral de pobreza del Sr. Sala-i-Martin para asegurar la comparabilidad de resultados con los del Banco de 1 dólar al día. Sin embargo, una buena suposición podría ser que su umbral de pobreza debe ser duplicado a fin de reflejar los demás temas que ha incluido implícitamente en su medida de los ingresos.
Martin Ravallion,[13] (7 de abril de 2004)

Una de sus aportaciones más conocidas es la del concepto economico de la convergencia condicional. El concepto de convergencia condicional aparece por primera vez en su tesis Doctoral en 1990, en su articulo "[economic growth and convergence across the United States][2]" de 1990 y en "Convergence" publicado por el JPE en 1992[3]. Sala-i-Martin y Robert Barro relaciona el concepto estadistico a la teoria neoclasica afirmando que los modelos neoclásicos de crecimiento predicen la convergencia de cada economía con su propio estado estacionario y no con relación a al resto de economías del mundo y confirma que en el mundo real la convergencia condicional se da empiricamente.

Otra de sus contribuciones más significativas es el enfoque BACE (Bayesian Averaging of Classical Estimates; Combinación del promedio bayesiano con el método de los mínimos cuadrados ordinarios), recogido en el artículo "Determinantes del crecimiento a largo plazo: un enfoque de promedio bayesiano de estimaciones clásicas" junto a Gernot Doppelhofer y Ronald I. Miller, para determinar la robustez de diferentes variables explicativas en regresiones de sección cruzada, aplicado al análisis de los determinantes de crecimiento a largo plazo[4]. Este articulo fue publicado en el American Economic Review en 2006.

En el campo de la economía de la salud su artículo llamado "Health Investment Complementarities Under Competing Risks" publicado en el American Economic Review en 1999 (que le valió el premio Kenneth Arrow como mejor artículo de economía de la salud del mundo en 2000) y que fue coautorizado con Will Dow y Tomas Phillipson, muestra que la inversión en reducción del tétanos neonatal en diversas economías africanas tiene complementariedades en otras enfermedades[5],[6].

Además, es el padre intelectual, junto con Elsa Artadi, del Global Competitiveness Index usado desde 2004 por el World Economic Forum en su publicacion anual "Global Competitiviness Report" y que mide la competitividad de todos los paises del mundo[7]. El Global Competitiveness Index de Sala-i-Martin y Artadi substituyo en 2003-2004 al "Growth Competitiveness Index" que habia creado Jeffrey Sachs y al "Business Competitiveness Index" que habia creado Michael Porter. Ambos indices se usaban desde 1979 y fueron sustituidos en 2003-2004 por el GCI de Sala-i-Martin[8].

Premios y reconocimientos

El autor ha recibido numerosos premios:,[14] entre los que destacan el Premio Rey Juan Carlos I de Economía, el Premio bienal otorgado por el Banco de España al mejor economista en España y Latinoamérica y el Premio de periodismo Conde Godó (2003), además del Premio Rey Juan Carlos primero para jóvenes investigadores en humanidades y ciencias sociales. Ha recibido honorarios como profesor por las universidades de Columbia y Yale. Recibió el "Kenneth J. Arrow awarded" por la organización internacional de economía de la salud de Nueva Orleans en el 2000. y otros reconocimientos por parte de entidades como Iberdrola, la Generalitat de Catalunya, la fundación nacional de la ciencia de Washington, el diario El País, el Banco Vizcaya-Bilbao, el Banco Exterior de España y la Caixa. También le reconoció la CECOT, una asociación de pequeñas empresas en Barcelona, a la persona que más ha contribuido en el entorno económico y empresarial durante 2001.

EL LIBERALISMO


(Información obtenida en www.escolar.net /12/02/2010)

The Americas
Liberalism in Brazil
The almost-lost cause of freedom
Why is economic liberalism so taboo in socially liberal Brazil?
Jan 28th 2010 SÃO PAULO From The Economist print edition


“ADMITTING to liberalism explicitly,” wrote Roberto Campos, a Brazilian politician, diplomat and swimmer against the tide who died in 2001, “is as outlandish in a country with a dirigiste culture as having sex in public.” His observation still holds for Brazil, where economic liberals (in the British, free-market sense, not the socialistic American one) are as scarce as snowflakes. Government revenue as a share of GDP has risen steadily in the past decade, and is now closer to the level in rich European countries than that of Brazil’s middle-income peers. Despite this, none of the likely candidates in the presidential election due in October talks about cutting taxes. The two leading candidates are both on the tax-and-spend centre-left.
Brazil’s shortage of economic liberals is even stranger given the country’s history. In Chile economic liberalism was tainted by association with military rule. But Brazil’s 1964-85 military dictatorship chose an economic model built around state planning and restricted imports. It is necessary to go back to the 19th century, when Brazil’s then monarchy was briefly in thrall to Scottish economists, to find something like classical liberalism there.
One reason why liberals have been so muted since Brazil became a democracy again is that voting in elections is compulsory. This means that a large number of poor voters, who pay little tax but benefit from government welfare spending, help to push the parties in the direction of a bigger state. If the same system were to be applied to America, the Democrats might well enjoy a permanent majority.
Also, many of today’s leading Brazilian politicians played a part in the opposition to military rule. This world of intellectual and sometimes violent resistance was dominated by various shades of left-wing thought, seasoned with anti-Americanism (the United States welcomed the 1964 coup that brought the generals in). During the dictatorship today’s president, Luiz Inácio Lula da Silva, was a trade-union boss; his predecessor, Fernando Henrique Cardoso, was a Marxist academic. The front-runner in the presidential polls, José Serra (from Mr Cardoso’s Social Democrats), was an exiled former student leader. His main rival, Dilma Rousseff (from Lula’s Workers’ Party), was a Trotskyist.
That said, all of these people have proved to be pragmatists when in office. Mr Cardoso’s government, in which Mr Serra was health minister, mixed liberalism and social democracy in similar quantities to Tony Blair’s government in Britain. Lula’s, in which Ms Rousseff is his chief of staff, has continued in like vein.
What will happen when this generation is succeeded by a younger one? Carlos Alberto Sardenberg, a broadcaster and author of a recent plea to rehabilitate liberalism, called “Neoliberal, no. Liberal”, fears that Brazil’s schools and publicly funded universities are so ideologically skewed that their worldview is likely to reproduce itself in the next generation.
However, things may not be so bad. For a start, the institutions that carry out economic policy are more liberal, in the sense of being free from government interference, than they have been for a long time. The Central Bank is independent in practice if not in law and the real floats freely against other currencies. Since President Fernando Collor eased restrictions on imports in 1990 Brazil has become more open to trade. Just as in India, which saw a similar opening at the same time, companies have improved productivity as a result of foreign competition, and some big firms have expanded successfully abroad.
This recent advance has encouraged those who would like Brazil to move further in this direction to make more noise. The Liberty Forum, an annual gathering in the southern city of Porto Alegre, attracts the most dedicated members of this tribe. But they can also be found in the Movement for a Competitive Brazil, a lobby group founded by Jorge Gerdau Johannpeter, a steel baron; within the influential economics faculty of PUC-Rio, a university; and among the bankers and senior managers of Brazilian firms engaged in trade.
No home to call their own
As in many democracies, Brazil’s liberals lack a party where their views are welcome. The fading Democrat party (previously called the Liberal Front) tried to become this, but struggled to escape its origins as an old-fashioned, pork-barrel, machine party. The latest blow to its attempt at transformation came in November when police launched an investigation into an alleged kickback scheme involving José Roberto Arruda, the Democrat governor of Brasília (he denies wrongdoing). Brazil’s small band of economic liberals, marginalised in politics, can console themselves that at least their country is among the most socially liberal. All sorts of religious minorities worship freely; São Paulo hosts the world’s largest gay-pride march. Cultural conservatives pushing in the opposite direction are disorganised and uninfluential. For now, though, people who want to practise economic liberalism are advised to do so in private. Roberto Campos’s critics often dismissed him as “Bob Fields”, an English translation of his name, implying his ideas were foreign. A politician pushing his ideas now would still be viewed as a bit eccentric.

Tags: economía política política internacional
La escasa credibilidad de Davos
VICENÇ NAVARRO
Un mensaje que se está promoviendo ampliamente en medios liberales es que la economía española es escasamente eficiente y muy poco competitiva, y ello como resultado de las supuestas rigideces de su mercado de trabajo y del excesivo gasto público. Uno de los centros que han promovido más este mensaje es el Foro Económico Mundial que se celebra en Davos, citado frecuentemente como el Vaticano del pensamiento liberal. Uno de sus informes, Global Competitiveness Report 2009-2010 (en el que analiza la competitividad de los países del mundo), sitúa a España en términos muy desfavorables, por debajo de países del tercer e incluso del cuarto mundo. Y como era de esperar, el coordinador del estudio, Xavier Sala i Martín, ha sido ampliamente entrevistado por los medios de información de mayor difusión del país
(la mayoría de los cuales son de persuasión liberal), proveyendo las cajas de resonancia a tal mensaje.

Un análisis riguroso de tal informe cuestiona, sin embargo, la validez del estudio, así como sus conclusiones. En primer lugar, el estudio no se basa, en su mayoría, en un análisis que utilice datos objetivos sobre los cuales construir el informe y alcanzar sus conclusiones. El estudio es primordialmente una encuesta de opinión en la que, en cada país, se pregunta a una institución próxima al mundo empresarial (con orientación liberal, en la mayoría de países) su opinión sobre una serie de preguntas que incluyen: “¿Cómo valora la percepción popular sobre el comportamiento ético de los políticos en su país?”, “¿cómo valora la contratación y el despido de trabajadores en su país?” o “¿cómo valora la disponibilidad de nuevas tecnologías?”, entre muchas otras. La institución que responde a aquella pregunta pone un número en una escala, sin que exista, sin embargo, una homologación en el criterio que guíe las respuestas. De esta manera, se abre el estudio a toda una serie de subjetividades. En algunos países, la institución que responde a las preguntas es muy crítica sobre la situación en su propio país, mientras que en otros lo es muy poco. Esta subjetividad, sin intento de homologación de criterios, es lo que caracteriza el estudio.
Esto lleva a resultados que son, como mínimo, sorprendentes (para expresarlo de una manera amable). Así, en la pregunta que se hace sobre corrupción en un país (“¿es práctica generalizada que se den fondos públicos a compañías o individuos como consecuencia de la corrupción?”), una dictadura como Qatar (que se ha convertido en el paraíso del mundo empresarial) aparece como uno de los países menos corruptos del mundo (en aquel país, la distribución de los recursos petrolíferos la hace el Gobierno entre miembros de la familia real), muy por encima de España. No hay duda de que hay corrupción en España. Pero poner una dictadura medieval como modelo de honestidad es poco creíble.
Otra valoración sorprendente es que Omán, otra dictadura feudal del Medio Oriente, sueño del mundo empresarial por la enorme riqueza petrolífera y por tener una fuerza de trabajo (la mayoría inmigrante) sin ningún derecho laboral, aparece como uno de los países que (según el contestador del cuestionario en aquel país) goza de mayor confianza popular respecto al comportamiento ético de sus políticos, muy por encima de un país democrático como España. Por lo visto, confianza popular quiere decir, para el que contesta la pregunta, confianza empresarial. En cuanto a “cómo considera usted la contratación y despido de los trabajadores”, España aparece a la cola, muy por debajo de Senegal. España, por cierto, se encuentra al mismo nivel que Senegal en el capítulo de “disponibilidad de nuevas tecnologías”.
En todos estos casos, lo único que muestra el informe es que la institución española (IESE, el centro de estudios empresariales que ha respondido por parte de España) es más crítica hacia su propio país que la institución de Senegal (Centre de Recherches Economiques Appliquées, Universidad de Dakar) o que la de Omán (The International Research Foundation) o que la de Qatar (Qatari Businessmen Association). Pero en ningún caso aportan datos que puedan compararse y que permitan llegar a conclusiones.
Me parece muy bien que las instituciones a las cuales se les pida su opinión sobre la situación en su país la den. Nada censurable en ello. IESE contestó acentuando el aspecto crítico y me parece muy bien. Pero me parece muy mal, y refleja una enorme falta de rigor (que da pie a todo tipo de manipulación), que el equipo coordinador ponga todas estas respuestas juntas, se amalgamen en un indicador y se produzca entonces una lista de países según su nivel de competitividad. En realidad, lo único que puede deducirse del informe Davos es que la agencia de Senegal que llena el cuestionario es menos crítica hacia su país de lo que es IESE hacia España. El informe mide distintos niveles de subjetividad. Pero nada más. Construir toda una serie de conclusiones sobre ello es no sólo frívolo, sino profundamente erróneo. Lo cual es fácilmente demostrable cuando se contrasta con datos objetivos. En el capítulo dedicado a la educación, cuando el informe Davos analiza la calidad educativa (en materias como matemáticas o ciencias), España aparece de nuevo a la cola (nº 99) junto con Kirguizistán. Pero el informe PISA, mucho más imparcial que el informe Davos, al basarse en datos objetivos, muestra que Kirguizistán tiene el conocimiento en matemáticas y ciencias más bajo de la lista de países analizados, mientras que España está ligeramente por debajo del promedio de los países de la OCDE, el grupo de países más ricos del mundo. Es en base a este tipo de estudios que la cultura liberal de Davos está presentando una visión de España deliberadamente negativa a fin de presionar al Gobierno español para que haga los cambios que ella desea.
Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas en la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Políticas Públicas de The Johns Hopkins University
Ilustración de Mikel Jaso